2 abr 2017

Él

¡Buenas tardes! ¿Qué tal lleváis el fin de semana? La verdad es que es una gozada estos días que estamos teniendo por aquí de sol y temperaturas del todo primaverales, a mi estos días me encanta salirme al jardín y escribir nuevas historias o leer y perderme en las historias de los libros que leo mientras el sol acaricia mi rostro con sus rayos...

Hoy os traemos la continuación de Él & Ella, hoy toca n capítulo con la visión de Martina, la protagonista femenina de nuestra historia ¿queréis conocerla? Sólo tenéis que leer esta entrada.

Jabón. Jabón del de antes, con ese toque áspero y olor a ropa limpia. Jabón mezclado con el tenue olor del sudor de todo un día. Jabón con esas notas de perfume para hombre que nada tenía que ver con el clásico One Million que usaban todos ahora. Eso es lo que Martina percibió cuando su cuerpo entrechocó con el de él de la manera más fortuita. 

Pareciera que el tiempo se detuviera con ese choque y se sorprendió a sí misma esbozando una leve sonrisa y entreabriendo los ojos para levantarlos hasta el chico que la observaba como un niño que ve un helado de chocolate por primera vez, con las pupilas dilatadas y los labios torcidos en una tímida sonrisa que se muere por salir. Allí estaba él, plantado frente a ella, con su cazadora de cuero, el pelo castaño despeinado, las manos en los bolsillos y los pies balanceándose levemente hacia delante y hacia atrás en una danza nerviosa.

Y fue entonces, en el momento en el que ella entrecerraba los labios para soltar un tímido "lo siento" cuando todos los recuerdos felices y a la vez dolorosos, volvieron a ella como una losa pesada que le aplastaba el corazón. Los recuerdos de una vida tremendamente feliz que se había hecho pedazos y ya jamás volvería; los recuerdos de sus brazos abrazándola en las noches de invierno para no pasar frío. Los recuerdos de risas en la cocina mientras él trataba de sorprenderla con un plato que luego tendrían que tirar a la basura de lo incomible que estaba. Los recuerdos de una piel que se erizaba cada vez que sus labios la rozaban aunque fuera de la manera más leve...

Hacía mucho que Martina no pensaba en Adrián y en los momentos de su vida que había compartido con él. Pero el aroma de aquel chico, tan simple, puro y genuino, le había jugado una mala pasada trayendo de vuelta todos los recuerdos que ella creía enterrados en lo más profundo de su alma. Desde que él había desaparecido de su vida, ella se había vuelto más fría, con más murallas, con más miedos, con menos risas. Ella había perdido parte de su esencia al perderle a él, y eso era algo que sus amigas no entendían y por eso se empeñaban en sacarla, o más bien arrastrarla, cada sábado a un bar diferente prometiéndole que en ese bar podría estar esperándola el hombre que le hiciera olvidarle a él, el amor de su vida. Lo que ellas no acababan de entender era que Martina no quería olvidarle, que no podía olvidarle. Simplemente se conformaba con aprender a vivir con el recuerdo de su sonrisa hasta que poco a poco esta se fuera desdibujando de su mente y ella no fuera capaz de dibujarla con cada detalle, con cada curva y cada arruga.

 Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no supo el momento exacto en el que él había desaparecido de su lado, dejando la estela de su aroma y el frío en aquel ambiente cargado. No lo supo hasta que reparó en aquel trozo de papel doblado una y mil veces que ahora estaba en el suelo. Lo tomó entre sus dedos y le echó una ojeada. Era una carta, una carta de amor a una chica, una tal Andrea. Aquel papel llevaba impregnado el mismo olor que antes le había transportado a sus recuerdos más profundos y, fue entonces cuando supo que esa carta era suya, del chico castaño con la cazadora de cuero. Se dio la vuelta y salió a toda prisa del local en el que sus amigas la esperaban.

-¡Perdona!- Gritó con la respiración agitada a la silueta de un chico que se alejaba con las manos en los bolsillos. 

-Eh tú, el de la cazadora de cuero- Gritó de nuevo para llamar su atención, la suya y la de nadie más. Él se paró por un segundo, aún dándole la espalda, como si vacilara un momento y dudara entre darse la vuelta y enfrentarse a sus ojos azules o seguir andando con el amargo sabor de la cerveza en sus labios. De nuevo aquella sensación, como si el mundo se parara un instante para dejar que ella tomara aire y respirara, un instante para parar su corazón y devolverlo a la vida en el instante mismo en el que él se giró para clavar su mirada penetrante en la suya azul y fría. Los pasos de él se dirigían con deseperante lentitud hasta llegar al cuerpo de ella y, cuando Martina lo tuvo en frente, pudo por fin soltar el aire y sentir como, por primera vez en mucho tiempo, su corazón volvía a latir.

-Martina, mi nombre es Martina- dijo olvidándose de que aquel trozo de papel arrugado era el motivo por el que había salido en su busca. Porque en aquel momento, el papel no tenía importancia para ella, ella sólo deseaba saber el nombre de aquel chico que había devuelto su corazón a la vida.

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